La historia de una ciudad no es sólo la historia de sus gentes. La historia de una ciudad es, también, la historia de sus locales y negocios. La ciudad, como organismo vivo que es, va viendo día a día cómo nuevos negocios levantan sus persianas sobre las cenizas de otros que antes tuvieron que bajarla. En la pequeña historia de una ciudad (que suele ser la historia más importante, pues es la que afecta directamente a ese pequeño ciudadano y contribuyente que, en el fondo, todos somos), las librerías, los colmados, las jugueterías, los cines, las cafeterías, las pastelerías, las bodegas o los bares adquieren un protagonismo que, en muchas ocasiones, supera al del alcalde o al de la alcaldesa de turno. Nuestra vida, al fin y al cabo, no cambia tanto cuando en el Ayuntamiento entra un nuevo Alcalde como cuando nos cierran el bar en el que durante tantos años hemos ido a tomar nuestro café mientras nos ponemos al día de las noticias deportivas.
Somos, definitivamente, animales de rutinas. La rutina es, en la mayor parte de los casos, la forma que tenemos de anclarnos a la vida. Sin el anclaje de la rutina, muchos de nosotros andaríamos perdidos por el mundo, asustados por la magnitud casi inalcanzable de nuestra libertad a la hora de llenar el tiempo libre. Por eso acostumbramos a comprar en las mismas tiendas, a tomar el café en los mismos bares y, por supuesto, a follar en los mismos puticlubs.
Cuando nos cierran un prostíbulo nos quedamos un poco huérfanos de cariño. Cuando ya nos habíamos acostumbrado a la forma de hacer y al cuerpo hermoso y acogedor de Rita, de Gloria, de Jazmín o de Nicole, de todas esas chicas que, con su encanto e implicación, con su belleza, su lascivia y ese toque personal que le daban a su francés, nos hacían disfrutar de un tiempo único de placer y gozo en el que la vida quedaba deliciosamente en suspenso, desprovista de peso y ligera como una pluma; cuando todo eso ya se había producido y habíamos quedado enredados en la rutina de acudir precisamente a ese burdel y no a ningún otro, llega una ordenanza municipal o un giro de la suerte mercantil y nos vemos de golpe y porrazo desposeídos de ese maravilloso gozo que nunca creímos que podría acabar.
Cuando un burdel cierra, su nombre queda en nuestro recuerdo y queda impregnado de un saborcillo agridulce a melancolía y tristeza. Eso ha sucedido en los últimos años con locales como el pub 240 (Aribau, 240), el club de alterne y striptease Bailén 22 (uno de los más famosos de la ciudad), el President Palace (que estaba ubicado en el número 111 del Paseo de la Bonanova) o, en los alrededores de Barcelona, el mítico Club Riviera de la Autovía de Castelldefels. Todos estos locales, faros en la noche barcelonesa para todos aquellos que quisieran encontrar un lugar de confianza para entregarse al disfrute del sexo junto a una señorita de compañía, pertenecen ya al recuerdo. A nuestro recuerdo.
Por suerte, la noche de Barcelona está muy viva, goza de buena salud y tiene suficientes alicientes como para que el amante del sexo no se encuentre desamparado y sin lugar al que acudir para compartir su tiempo junto a una bella escort.
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